Una nueva mirada al panorama político de Querétaro
El poder detrás del relato (EDR)
Scribo Ut Gnoseam
En un contexto donde la política se disputa tanto en los hechos como en las palabras, El poder detrás del relato (EDR) llega a RedInfo7 Queretano como un espacio de análisis crítico que busca entender cómo se construyen los discursos, cómo funcionan las instituciones y cómo operan las redes de poder en Querétaro.
Sustentada en tres corrientes contemporáneas del pensamiento político —el constructivismo discursivo, el neoinstitucionalismo y la teoría de la gobernanza en redes —, esta columna examina la manera en que se tejen las narrativas, se negocian las decisiones y se definen los sentidos de la vida pública local.
A menos de dos años de la elección de 2027 —que se perfila como una de las más competidas de las últimas décadas—, EDR propone una lectura distinta de la opinión publicada: más allá de la confrontación partidista, un intento por revelar los hilos invisibles entre el discurso político, el poder mediático y las dinámicas institucionales que dan forma al Querétaro contemporáneo.
Columna Inaugural
Narrar para mandar
En política, las palabras no solo describen: acomodan el mundo. Por eso, cuando uno recorre las columnas recientes sobre Querétaro, vale la pena leerlas como un relato que compite por fijar la memoria de estos días.
Lo que aparece, entre elogios, reproches y datos sueltos, es un tríptico bastante claro: la disputa por el sentido, el peso de las reglas y el pulso de las redes que sostienen —o traban— las decisiones.
El primer hilo es el del relato.
El panismo local se cuenta a sí mismo como un equipo en relanzamiento: menos grilla, más cercanía, “el partido que vuelve a ser opción”. No es casual que las crónicas subrayen botas enlodadas, rutas de ayuda, entregas casa por casa: la imagen del funcionario que está donde duele busca ganarle a la sospecha de la política de escritorio.
Del otro lado, el episodio de Chema Tapia condensó otra narrativa: la de la coherencia. Señalar corrupción ajena y, al mismo tiempo, cargar con un candidato propio que fue director del Fonden en tiempos de escándalo, desordena el mensaje. Puedes discutir tecnicismos de padrón y filiación, pero a la ciudadanía le queda la película corta: “¿No era este de su equipo ayer?”. Ahí pierde quien se enreda, no quien pontifica mejor.
El segundo hilo es el de las reglas. Detrás del ruido, hay incentivos y procedimientos que empujan conductas. Si el PAN anuncia aperturas y procesos competitivos, no es solo marketing: es intuición de que 2027 se gana con legitimidad bien amarrada, no con guiños.
En el lado guinda, el costo político por perfiles mal filtrados crece en coalición: cuando se comparte la marca, también se comparten las culpas. Y fuera del ring partidista, asoman instituciones que marcan ritmos propios: la diócesis que reanima su proyecto catedralicio, la CONAGUA que explicita objetivos de su iniciativa de ley, la CANACO que cambia de mando. Ese tejido institucional, con sus tiempos y sus límites, explica por qué algunas promesas aterrizan y otras se quedan en anuncio.
El tercero es el de las redes. Nadie gobierna solo, y las columnas lo saben. En emergencia climática, lo que funciona no es la frase correcta sino la coordinación real: estado, municipios, Ejército, Guardia Nacional, maestros que regresan a clase donde se puede y, donde no, migran a lo virtual.
Esas tramas visibles conviven con otras más discretas: el empresariado que valida el discurso de “Querétaro modelo”, la academia que empuja una conversación distinta sobre vivienda —no como mercancía sino como derecho y cuidado —, y también las zonas grises donde lo legal y lo ilegal se tocan, como lo sugiere el rastro del mercurio clandestino en la Sierra Gorda.
No es la caricatura de “Estado vs. crimen”: son intersecciones, omisiones y beneficios dispersos que exigen luz y voluntad para desarmarse.
En ese tablero, se cruzan escenas que parecen desconectadas y no lo están. El desabasto parcial de combustibles, por ejemplo, se explicó desde lo logístico y lo meteorológico, pero en la fila de la gasolinera el argumento técnico vale poco: ahí mandan la ansiedad y la memoria de otras veces. Ese es el terreno donde el relato se prueba o se rompe; si el gobierno explica y corrige a tiempo, gana confianza; si responde con metáforas o culpas abstractas, alimenta el cinismo.
Algo parecido ocurre con la ciudad que queremos: discursos sobre “progreso” y “marca Querétaro” conviven con discusiones concretas sobre dónde poner una estación de tren rápido o cómo defender un parque como Los Alcanfores. Ahí la retórica se mide con la norma: planes parciales, inventarios patrimoniales, compromisos UNESCO. El “sí a la obra” o el “sí al parque” sin apellidos ya no alcanza; la ciudadanía pide trazos finos: movilidad sin depredación, crecimiento sin borrar memoria, inversiones limpias que lo sean en serio.
De paso, aparece la idea de futuro. La instalación de una planta de hidrógeno verde se vende —con razón— como indicador de diferenciación: producir sin carbono, elevar estándar industrial, competir mejor. El punto no es negarlo, sino amarrarlo: ¿Cómo se conectan esos hitos con viviendas asequibles, con transporte digno, con aire respirable en los barrios donde no llegan los discursos? Si el futuro queda solo en el boletín, la gente siente la distancia; si baja en tarifa, empleo y servicios, el relato se vuelve creíble.
Vuelto al caso Chema, conviene no perder lo obvio: la lucha contra la corrupción se mide menos por el volumen de las condenas públicas que por la consistencia de los filtros y la claridad de las responsabilidades. Si hoy se desmarca quien ayer se fotografió, el costo no lo paga solo el personaje: lo paga el sistema de selección que lo colocó. Y si el desmarque viene con regaños, pero sin consecuencias, el mensaje final es pedagógicamente letal: “todo se resuelve con narrativa”.

¿Y la ciudadanía en todo esto? Tiene más poder del que a veces se asume. Puede exigir coherencia —lo que se dijo ayer contra lo que se hace hoy—, puede pedir hojas de ruta con reglas —quién paga, con qué norma, en qué calendario—, y puede apoyar redes abiertas: comités vecinales que dialogan con técnicos, académicos que explican sin jerga, periodistas que investigan sin oportunismo, empresas que se comprometen con metas verificables. Cuando esa triada se activa, la política deja de ser boletín y se vuelve proyecto; cuando se apaga, el cuento más emotivo se parece demasiado a la publicidad.
Querétaro ha construido una ventaja reputacional basada en orden y cercanía. Esa es una buena noticia, pero no es un blindaje.
El reto no es repetir el eslogan, sino honrarlo donde duele: en la fila de la gasolinera, en la escuela que no puede abrir, en el ejido que mira subir el costo de vida, en el barrio que defiende su parque. Si las historias que hoy leemos se traducen en trámites más transparentes, criterios más claros para elegir candidaturas, políticas urbanas que pongan a la gente por delante y redes que incluyan a quienes antes no estaban, la narrativa habrá hecho su trabajo: no embellecer, sino ordenar la acción.
Y si no, la próxima columna contará lo mismo con otras palabras. Porque en política, como en la vida, la literatura no sustituye a la realidad: apenas la delata.
El poder detrás del relato (EDR)
Scribo Ut Gnoseam
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