El fotógrafo colombiano radicado en México Rodrigo Moya tenía 91 años. Deja un archivo de más de 40.000 negativos que documentan la historia política y social del siglo XX, del Che Guevara y Diego Rivera a JFK
La muerte de Rodrigo Moya, ocurrida a los 91 años en su casa de Morelos, fue confirmada por el periódico mexicano La Jornada, que detalló que el fotógrafo falleció este miércoles 30 de julio, acompañado por su familia y su esposa, la diseñadora Susan Flaherty, con quien compartió más de 43 años de vida. El deceso se produjo tras un largo proceso de recuperación posterior a una cirugía.
“Mi casa en México era refugio de la colonia colombiana asilada en México, porque mi madre era de ese país. A García Márquez lo conocí ahí. Solía invitarnos a mi mujer y a mí a comer a su casa. Yo no era su gran amigo, pero compartimos varios momentos juntos. Cuando nos reuníamos, hablaba de su relación con Fidel Castro y François Mitterrand, entre otros. No paraba. Dejaba a todos boquiabiertos. Eso era antidemocrático”. Así evocaba Rodrigo Moya una de las anécdotas más singulares de su carrera, en una entrevista concedida al diario mexicano Milenio.
El fotógrafo relató cómo, en una ocasión, el Nobel colombiano apareció en su puerta con un ojo morado, resultado de un altercado con Mario Vargas Llosa. “La foto que he preferido publicar es una donde aparece con una gran risa, porque en las demás sí se ve machucado”, explicó Moya, quien también reconstruyó el trasfondo del incidente: “Al parecer García Márquez y su mujer, Mercedes, fueron paño de lágrimas de Patricia, la esposa de Vargas Llosa, cuando vivían en París y Patricia y Mario habían tenido problemas. Cuando regresaron, ella le contó de la solidaridad de Gabriel y Mercedes y Mario se molestó”.
Mi amigos el Che y Diego Rivera
El legado de Moya se encuentra resguardado en un archivo de más de 40.000 negativos, preservados junto a su pareja como un auténtico tesoro. En ese acervo, imágenes en blanco y negro documentan la historia social y política de Latinoamérica durante las décadas de los 50 y los 60. Entre ellas destaca la célebre serie de 19 retratos del ‘Che melancólico’, capturada en 1964 durante el aniversario de la revolución cubana en La Habana. Esta fotografía, que muestra a Ernesto ‘Che’ Guevara en una postura tensa y reflexiva, se ha convertido en un símbolo que trasciende el contexto guerrillero y revela una dimensión íntima del líder revolucionario.
La relación de Moya con el Che marcó un punto de inflexión en su trayectoria. En su texto Fotografía documental y fotorreportaje, el propio fotógrafo reconoció que la muerte de Guevara en Bolivia lo llevó a abandonar el fotoperiodismo, pues su “ingenua pretensión de fotografiar las gestas guerrilleras se esfumó con la muerte del comandante”.
El archivo de Moya no solo incluye figuras políticas. Por el lente del fotógrafo pasaron personalidades como el artista Diego Rivera y el presidente estadounidense John F. Kennedy, asesinado en 1963. Su cámara documentó también las guerrillas de Venezuela y Guatemala, la invasión estadounidense de República Dominicana y los movimientos sociales de 1968, consolidando a Moya como un testigo privilegiado de los grandes acontecimientos latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX.
Tras su retiro del periodismo, Moya fundó la revista Técnica Pesquera, que dirigió durante 22 años. Casi tres décadas después, obtuvo el Premio Nacional de Cuento del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) con la obra Cuentos para leer junto al mar. Su vida profesional, sin embargo, comenzó mucho antes: llegó a México con apenas dos años, se nacionalizó mexicano en 1955 y abandonó la carrera de ingeniería en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para dedicarse de lleno a la fotografía.
El impacto de Moya en la memoria colectiva, una vez conocida la noticia de su muerte, ha sido reconocido por instituciones como la Secretaría de Cultura de México, la UNAM y el Inbal, que lo han definido como una “figura clave del fotoperiodismo latinoamericano”. Su hijo, Pablo, expresó a La Jornada el deseo de que su padre sea recordado como un fotógrafo “comprometido con la verdad y la historia”.
En los últimos años, Moya se refugió en su casa de Cuernavaca, en Morelos, donde conservaba 30.000 imágenes de su archivo personal.
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